Hay que perderle el miedo a trabajar con la familia, a trabajar en equipos multidisciplinarios, a incorporar cambios en la forma de pensar el currículo, a cómo evaluar. hay que ser capaces, de acuerdo a nuestra realidad, de adecuar la enseñanza.

Este es un concepto que ha ido permeando no solo a nuestro sistema educacional sino que a la sociedad. Una sociedad debiera ser, si de verdad valoramos los derechos básicos de las personas, siempre inclusivos de la diversidad, para que todos podamos desarrollarnos de acuerdo a nuestro potencial. Eso requiere más allá de una voluntad política de uno o más gobiernos de turno, de generar las condiciones para que se pueda dar.

Si bien las normativas políticas dan una base, los cambios tan profundos como el que se requiere para implementar en Chile una educación inclusiva, no son suficientes. Somos todos los actores de la sociedad, todos los profesionales, y todos los organismos encargados de formarlos los que debemos impulsar a Chile en este siglo XXI para que se logre.

Indudablemente desde la primera escuela para sordos creada en Chile en 1852 (la primera de Latinoamérica) a nuestros días ha habido un gran avance y sobretodo un gran cambio en la mirada de las llamadas necesidades educativas especiales. Se ha avanzado de la Educación Especial, a la integración y se evidencia al menos en las políticas públicas la intención de instalar verdaderamente la inclusión.

Esta última entendida como lo es en un amplio contexto internacional, ya no se trata de integrar sujetos considerados “especiales” a la educación regular, con un cierto apoyo; pero donde el mayor esfuerzo lo hacía el sujeto integrado y no el sistema, sin considerar la diversidad en el aula como parte de la regularidad. El decreto 170 estableció un hito importante: permitió la incorporación de las educadoras diferenciales al aula, la creación de equipos multidisciplinarios, entre otras cosas; pero siempre se mantenía un importante sesgo a considerar a la diversidad como “especial”. El decreto 83, en cambio, es un gran avance, al incorporar al sistema de educación nacional el Diseño Universal de Aprendizaje (DUA), que establece los Planes de Adecuación Curricular Individuales.

El DUA replantea el diseño curricular de aula y la evaluación, tomando como sus fundamentos los aportes de las Neurociencias a la educación, las nuevas tecnologías, el concepto de diversidad en el aula. Lleva al profesor a re pensar sus prácticas docentes, bajo una mirada creativa e innovadora que busca motivar al alumno hacia el aprendizaje, cómo representar y cómo expresar el conocimiento de distintas formas que permitan a cada estudiante desde sus características procesar, comprender y expresar este conocimiento.

Este artículo pretende por una parte recoger estos avances positivos y por otra reflexionar sobre lo que se necesita para realmente implementar esta normativa, para de verdad llevar a cabo la inclusión. Los profesores de aula en ejercicio deben ser capacitados para su implementación, de acuerdo a sus necesidades formativas y el contexto en el que trabajan. Las instituciones formadoras de profesores deben hacerse cargo en su planes de estudio, no con una asignatura, sino que haciendo transversal el concepto de inclusión y preparando realmente a los futuros docentes.

Pero la inclusión no depende solamente de los docentes. Necesita que todos los profesionales que participan en la intervención de un estudiante comprendan la inclusión, dialoguen desde sus especialidades con la inclusión, y tengan las competencias para trabajar en equipos multidisciplinarios integrados por el profesor de aula y los especialistas. Hay que avanzar desde los enfoques clínicos terapéuticos (sin abandonar la terapia especializada) a la inclusión.

Hay que perderle el miedo a trabajar con la familia, a trabajar en equipo, a incorporar cambios en la forma de pensar el currículo, a cómo evaluar. Hay que ser capaces, de acuerdo a nuestra realidad, de adecuar la enseñanza. No podemos excusarnos en el contexto sociocultural ni en las condiciones de la sala de clases, que son factores que complejizan el proceso educacional; pero que no sean excusas. Hay abundantes evidencias donde la voluntad, la convicción permitieron el cambio a pesar de las condiciones adversas. Un profesor que es inclusivo es un profesor que tiene conciencia de su necesidad de formación, que es creativo, seguro de su rol profesional, con capacidad para resolver problemas, trabajar en equipo, en síntesis es un líder pedagógico.


Marilú Matte
Directora de Postgrado de la Facultad de Educación y de Ciencias de la Familia, de la Universidad Finis Terrae